Se están dando distintas explicaciones sobre el conflicto China-Taiwán y desde CWI queremos proponer una visión alternativa.
Como ya hemos descrito en distintos artículos, el PCCh tiene abierta desde la etapa de Deng Xiaoping una guerra en múltiples frentes simultáneos (económico, tecnológico, cultural, político y militar) que incluye tanto a los ciudadanos chinos como a todos los países que puedan poner en peligro su subsistencia y soberanía. En realidad, la atracción de inversión extranjera que ha convertido a China en el líder mundial por capacidad de fabricación se ha producido a través de una serie de engaños, sobornos y coacciones de diferente tipo. Mientras que los inversores extranjeros salían a corto plazo beneficiados económicamente de esa deslocalización (menores costes laborales o mayor rapidez en la fabricación) un esquema de espionaje y robo sistemático coordinado a través del Ejército Popular de Liberación chino ha permitido ir fortaleciendo a las empresas locales en un mercado interno que es cualquier cosa menos libre.
Tal y como describíamos en la serie “La caída del comunismo en China: Lecciones del colapso de la URSS“, esta confrontación sostenida se ha realizado a través del marco de pensamiento comunista, donde la represión y el control impiden (a pesar de las apariencias) un uso óptimo de los recursos y fomentan una corrupción a todos los niveles de la sociedad. Un ejemplo es el accidente de Chernóbil y cómo Gorbachov explicaba por qué no fue posible tomar las decisiones correctas; simplemente no les llegó la información de lo que realmente estaba ocurriendo. Una vez que el miedo al castigo se instaura como un valor estructural, la corrupción se extiende por todo el sistema impidiendo tener una visión clara de lo que en realidad está pasando.
Esta situación, esta confrontación permanente que durante muchos años pasó desapercibida, poco a poco empieza a ser descubierta gracias a los terribles desequilibrios internos y externos que está generando. La pandemia del COVID-19 es la prueba más evidente, pero hay otras muchas que impactan de manera significativa en la población local.
LEA TAMBIÉN: China: 70 años de guerra encubierta
Desde el frente económico, mientras su economía mantiene un crecimiento sostenido y cada vez un mayor número de empresas chinas pasan a estar por tamaño o facturación entre las más grandes del mundo, la deuda pública más la privada supera el 300% del PIB (un número gigantesco), hay más de 65 millones de viviendas vacías, unos precios inmobiliarios a nivel burbuja y una de las principales promotoras, Evergrande, al borde de una de las quiebras más grandes de la historia con una deuda de 300.000 millones de USD.
La deuda reconocida de las empresas chinas supone al menos 1,56 veces el PIB (lo normal es entre 0,8-0,9 veces), lo que es monstruoso, y el envejecimiento de la población y su impacto en el sector bancario cuando cientos de millones de jubilados necesiten retirar su dinero es un factor adicional de proporciones e impacto desconocido ya que se ignora la deuda real de las empresas estatales. Además, con tres veces más dinero en circulación que EE. UU. (y tres divisas distintas) pero con 4 billones (con 12 ceros) menos de PIB y con la poca confiabilidad que generan los datos oficiales, para analistas como Kyle Bass, China es el “experimento bancario más grande de la historia”.
¿Y qué tiene lo anterior que ver con el conflicto China-Taiwán?
Nuestra hipótesis es que el gobierno del PCCh o no conoce la situación real de su economía (sin duda muy deteriorada) o no sabe cómo enderezar su rumbo y tampoco tiene claro el impacto que la caída (o rescate) de Evergrande o el final de la pandemia del COVID-19 pueda tener en la confianza de inversores extranjeros en seguir invirtiendo en China (imprescindible para mantener el crecimiento interno).
Además, la crisis energética mundial y la temporal carencia de semiconductores (donde Taiwán es líder mundial), incorporan un riesgo adicional de deterioro económico acelerado que pudiera derivar en una sublevación interna. Como ya hemos insistido en varias ocasiones, además del concepto (que los europeos atribuyen a Confucio) sobre la obediencia ciega a la autoridad, también está profundamente arraigado en la población un pragmatismo que, sin duda, podría provocar un levantamiento interno si ven que el PCCh no es capaz de proveerles adecuadamente. Es más, ese levantamiento también podría ser instigado desde dentro del partido por facciones anti-Xi como también ocurrió, al menos en parte, en el caso de URSS.
¿Qué podría diluir ese potencial riesgo de levantamiento en la población interna? Un cambio de marco, de perspectiva, por ejemplo, un conflicto bélico en el que se intentara de nuevo unir a la población en torno a un objetivo común, la unificación de China anexionando Taiwán a su territorio. Básicamente, una cortina de humo para desviar la atención sobre los verdaderos problemas producidos por un sistema muy enfermo que se resiste a morir. Una prioridad que el PCCh tiene clara es que el control de la población local es imprescindible y cuando este peligra inmediatamente reconduce toda su estrategia. Al fin y al cabo, ¿qué es un campo de concentración sin prisioneros? Incluso muchas de las manifestaciones de fuerza diplomática habría que entenderlas desde la perspectiva de propaganda hacia el interior: “El PCCh, tras más de un siglo de humillación, está posicionando a China una vez más como líder mundial”.
La ventaja de una guerra es que “emborrona” por generaciones el sistema económico diluyendo, por tanto, la responsabilidad directa del partido en el corto plazo y, quizás, permitiendo alargar más su permanencia en el poder.
En suma, los recientes movimientos proteccionistas, el ataque a los principales directivos de empresas exitosas chinas o el recrudecimiento de los conflictos militares en el Mar del Sur de China podría ser parte de un plan para volver a la etapa de aislamiento internacional que se vivió con Mao como último recurso para continuar en el poder. Y, mientras, mantener a los prisioneros ocupados para que no piensen en escapar.