Control Digital – El 5G

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Los líderes comunistas de la República Popular China llevan años hablando de un nuevo orden mundial y recientemente le han dado un nombre impresionante: “Comunidad de Futuro Compartido para la Humanidad”.

Cuando observamos el ambicioso proyecto de infraestructura “La Ruta y la Franja”, en el que el Partido Comunista Chino (PCCh) ofrece miles de millones de créditos para construir puertos, aeropuertos y redes de trenes de alta velocidad, en particular en el continente euroasiático, y las agresivas ventas de equipos de telecomunicaciones de 5G de Huawei en el mundo, es obvio que China aspira a dominar el mundo cibernético y la infraestructura global de ese nuevo orden mundial.

El dominio de China está tomando forma, al menos en el mundo cibernético. Si estalla una guerra, por ejemplo, entre Estados Unidos y China, la primera ronda será una ciberguerra. El que sea superior en la guerra cibernética podría ser capaz de destruir muchos de los sistemas de armas de sus oponentes, ya que dependen en gran medida de la electrónica y la tecnología de la información.

En este contexto cabe hacerse una pregunta muy crítica: en el caso del dominio de Huawei en la red 5G, ¿es la seguridad nacional un problema para un país democrático? ¿Puede Huawei utilizar sus equipos para obtener información en países extranjeros a petición del régimen totalitario chino?

La respuesta es clara: Sí, ese es precisamente el plan y la razón por la que el Partido Comunista Chino ha subvencionado y protegido a Huawei para que pudiera, tirando los precios, convertirse en el gigante tecnológico que es ahora, junto a otras empresas como ZTE.

Huawei es la vanguardia tecnológica de la ofensiva del régimen comunista para lograr la hegemonía cibernética y el control de todos los flujos de información, militar y civil, a nivel mundial.

Con este control, el PCCh podría sabotear el suministro de energía, agua o gas de cualquier país, dejándolo completamente paralizado. Podría tomar control o derribar los satélites de comunicaciones militares, dejando a los países indefensos.

¿De verdad queremos entregar ese poder a un régimen que, en 70 años de historia, ha matado a 100 millones de su propia gente y que ejerce el control más férreo e inhumano sobre sus ciudadanos?

La tentación es grande, los precios (tras la competencia desleal y el robo de propiedad intelectual cuya factura ha pagado fundamentalmente EE. UU.) son mucho más bajos y la red de influencia cuidadosamente tejida entre las élites de occidente y en sus medios de comunicación no para de susurrar a nuestros oídos que la pobre China solo quiere prosperar y ‘harmonizar’ el mundo con una tecnología que haga la vida más fácil a todo el mundo.

¿Morderán las potencias democráticas la manzana envenenada que el PCCh ofrece tan seductoramente?

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