China y Rusia: Imagínese que está sentado en una mesa de póquer con un oponente que se pasa el dedo por su menguante pila de fichas mientras le mira con desprecio y le desafía a que se lleve el dinero. Mientras tanto, tu otro oponente con más fichas se sienta tranquilamente detrás de sus cartas mientras sus espías pagados detrás de tu silla le indican el contenido de tu mano.
Una encuesta nacional realizada esta primavera mostró una fuerte división entre demócratas y republicanos sobre si Rusia o China es el mayor adversario internacional de Estados Unidos. Los demócratas, tal vez todavía hirviendo por los torpes esfuerzos de Rusia para influir en las elecciones de 2016 a favor de Donald Trump, ven a Vladimir Putin como un villano de película de Bond y maestro manipulador. Los republicanos, centrados en el comercio, la ciberseguridad y el ascenso asiático, ven a la emergente China como su mayor amenaza.
La división de partidos a la hora de elegir a China como el mayor enemigo de Estados Unidos fue profunda: el 54% de los republicanos eligió a China, frente a sólo el 14% de los demócratas encuestados, mientras que los que eligieron a Rusia como la mayor preocupación de Estados Unidos también se dividieron: el 40% de los demócratas señalaron a Putin y al Kremlin, mientras que sólo el 8% de los republicanos lo hicieron.
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Esto es sorprendente, dada la importancia central de China en la pandemia de COVID-19, la noticia más importante en los Estados Unidos en los últimos 18 meses. Las acciones del gobierno de Pekín desde los primeros días de preocupación por la enfermedad mostraron con crudeza cómo una sociedad cerrada y autoritaria trató de negar y trasladar la culpa de sus fechorías. Cómo trató de manipular a las agencias sanitarias internacionales. Cómo intentó sobornar a los extranjeros para que hagan su voluntad. Cómo infectó no sólo a los organismos estadounidenses, sino a la sociedad estadounidense y a sus instituciones a muchos niveles.
Esta encuesta se llevó a cabo poco antes de que las pruebas de la teoría de la fuga de laboratorio empezaran a ser tomadas en serio, incluso por aquellos en la prensa que previamente afirmaron haberla “desacreditado”. Casi nadie en la política estadounidense, ni en la izquierda ni en la derecha, aclamó al gobierno comunista chino por sus esfuerzos para frenar el cuarto agente patógeno mortal que salió de sus costas y devastó el resto del mundo.
El gobierno chino ocultó toda la información sobre cómo se originó el virus, lo que fomentó las especulaciones de que lo hicieron intencionadamente. Según Gordon Chang, es posible que incluso se estén preparando para hacerlo de nuevo, sólo que peor. Sin embargo, está claro que hay quienes vivieron todo esto, se sometieron a todas las medidas necesarias para defenderse de este virus mortal, vieron morir a amigos, familiares y conocidos, y todavía siguen sin pensar que China es el problema más crítico del mundo.
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En comparación, los crímenes de Rusia contra Occidente, reales e imaginarios, supusieron una relativa molestia. Los propagandistas rusos utilizaron sus redes de ordenadores para sembrar teorías conspirativas en las redes sociales. Los hackers del gobierno ruso, o los aliados del gobierno, penetraron con programas en los sistemas informáticos de las empresas que proporcionan servicios esenciales como el gas y los alimentos. El gobierno ruso amenazó militarmente a sus vecinos, antiguas repúblicas soviéticas. Rusia proporcionó armas a los enemigos de Estados Unidos en Irán y en otros lugares.
Todas estas cosas son malas, ciertamente, pero no a la altura de exportar de forma incompetente, o peor, de una enfermedad que mató a millones de personas en todo el mundo, devastó las economías de Occidente y cambió casi de la noche a la mañana la forma de funcionamiento de nuestras sociedades y el marco de actuación en un futuro previsible.
Para ser claros, los resultados de la encuesta no sugieren que los demócratas no vean a China como una amenaza, ni que perciban al presidente Xi Jinping (65% desfavorable) mucho más a favor que el (71% desfavorable) del fanfarrón Putin, entrenado por el Comité para la Seguridad del Estado (KGB siglas de Komitet Gosudarstrennoaja Bezopasnosty). Entre ambos partidos, tanto Putin como Xi sólo son inferiores al tirano de Corea del Norte, Kim Jong en un (80% desfavorable) en los resultados de la encuesta.
Sin embargo, la política exterior, se hace hacia las naciones, no hacia los líderes individuales. En términos geopolíticos se pregunta: ¿Cuál es la capacidad de otro país para ayudarte o perjudicarte? Esta disciplina incluye la evaluación de las relaciones comerciales, la ambición y la postura militar, la situación interna del otro país, sus relaciones con nuestros aliados y su posición en el mundo como socio para la cooperación internacional. En casi todas estas áreas, la amenaza de China es mucho mayor para los Estados Unidos del siglo XXI que su principal antagonista del siglo XX, Rusia.
En la década de 1980, nadie hubiera sugerido que Idi Amin, Fidel Castro o Muamar Gadafi fueran el mayor enemigo de Estados Unidos. Eran odiosos espectáculos secundarios, molestos dictadores de pacotilla con un don para el micrófono, pero no eran amenazas existenciales del orden de la Unión Soviética. Lo que esta encuesta sugirió es que la evaluación de las amenazas se convirtió de alguna manera en una cuestión partidista, basada en rencores y percepciones políticas que tienen poco que ver con la capacidad real de una nación concreta para dañar los intereses estadounidenses.
La división entre republicanos y demócratas entre China y Rusia como nuestra mayor amenaza, no tiene en cuenta un análisis moderno del poder, como la influencia, la agresividad en acción y la voluntad de China para corromper a los líderes políticos y culturales estadounidenses. No debería ser una cuestión partidista, por muy desagradable que sea el líder actual de una nación.
Todo esto supone un reto para la administración Biden, cuyos primeros movimientos no sugieren que vea a Rusia como una amenaza mayor que Pekín. En cambio, los funcionarios de la administración tienen un problema de comunicación con sus partidarios políticos acerca de hacia dónde deben dirigir su atención. Y aquí es donde las personalidades de los líderes de los dos rivales lo hacen más difícil pero no menos importante. A Putin le encanta picar a Estados Unidos; Xi prefiere formas de agresión más silenciosas y dañinas.
El trabajo de investigación que el Instituto de Responsabilidad Gubernamental (GAI por sus siglas en inglés) lleva realizando desde hace muchos años, sigue el rastro del dinero que influye y corrompe a los políticos estadounidenses, tanto republicanos como demócratas. Es vital que los votantes estadounidenses comprendan que el soborno es una parte clave de los negocios tanto para China como para Rusia. Los votantes deben examinar cuidadosamente los enredos extranjeros de los líderes que elijan, y analizar sus vínculos comerciales y los de sus familiares y asociados cercanos con actores chinos, rusos y otros actores extranjeros. GAI trabaja para presentarles esa información.
La mayor parte de la atención se centró en los efectos posteriores de estas conexiones, en cómo influyen en las políticas y comprometen la ética aquí. Pero los hilos de esta corrupción se enroscan en la cuerda que se tira desde un país en particular: China.
La influencia de China en la vida estadounidense es enorme y cada vez más evidente. Desde su capacidad para amordazar a los entrenadores de la National Basketball Association (NBA por sus siglas en inglés) o a los actores de películas de acción -incluso para controlar industrias enteras, como los medios de comunicación, las universidades, Hollywood y las grandes empresas tecnológicas- hasta el silencio sobre cuestiones que van desde Hong Kong y Taiwán hasta la financiación por parte del gobierno chino de los “Institutos Confucio” en los campus universitarios estadounidenses, los chinos no tienen equivalente. Por mucho que quiera, Vladimir Putin no puede amenazar los balances de grandes empresas estadounidenses como Apple y Microsoft; China podría hacerlo mañana mismo.
Este artículo fue publicado originalmente en Gatestone el 20 de junio de 2021.
Autor: Peter Schweizer