La guerra silenciosa del Partido Comunista Chino contra occidente

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El PCCh tiene una única meta desde que ascendió al poder en China en 1949 bajo el liderazgo de Mao Tse Tung: convertirse en la potencia hegemónica mundial y someter el mundo entero a su dominio incontestable para 2049. Ellos llaman a este plan ‘La Maratón de Cien Años’ y están ahora a solo 30 de completarlo.

Tras la muerte de Mao y el ascenso al poder de Deng Xiaoping en los años 70, China estaba tremendamente empobrecida y tanto el PCCh como las potencias occidentales abrazaron la narrativa de que esta situación se debía al abuso al que el país había sido sometido por los ‘imperialistas occidentales’ y Japón, un victimismo que el PCCh explotó y continúa utilizando para sembrar odio en el pueblo chino hacia occidente y seguir recibiendo toda clase de ayuda.

Desde que el presidente de los EE. UU. Richard Nixon se abrió a China en 1971 la mayoría de los académicos y políticos coincidieron en la necesidad de ayudar al país asiático económica y militarmente en la esperanza de que así, no solo se ayudaría a sacar de más absoluta pobreza a millones de chinos, sino que se contribuiría a la democratización gradual del país.

El régimen de Beijing se encargó, a lo largo de las siguientes décadas, de reforzar esa imagen de una China pobre, necesitada de ayuda tecnológica e industrial que buscaba evolucionar y desarrollarse hasta convertirse, gracias a la influencia de occidente, en una nueva y joven democracia.

Michael Pillsbury, director del Centro de Estrategia China del Instituto Hudson y con más de 40 años de experiencia en puestos de responsabilidad en el Departamento de Defensa del gobierno de los Estados Unidos asegura en su libro, La Maratón de Cien Años, que el régimen chino nunca tuvo la intención de cumplir con ni una sola de las esperanzadas expectativas que se habían depositado en él.

Cuarenta años después, China no está cooperando en temas de seguridad internacional como el terrorismo y, lejos de eso, construye alianzas con estados que amenazan el orden mundial (Corea del Norte, Irán, Afganistán o Venezuela) siguiendo únicamente sus intereses.

La largamente esperada democracia tampoco ha llegado a China. El autor James Mann, que ha reportado sobre China durante más de 30 años, alertó ya en 2007 en su libro La Fantasía China que si el PCCh seguía en el poder en el país en 10 años, eso significaría que el pueblo estadounidense había sido engañado. Todo parece indicar que así ha sido, no solo Estados Unidos, todo occidente.

Los líderes del PCCh han fomentado la visión de China como un estado muy frágil, el conocido ‘gigante con pies de barro’ que depende de la ayuda exterior para no descomponerse.

Multitud de analistas llevan años repitiendo que 1.400 millones de personas de tantas etnias diferentes solo pueden ser gobernadas por un estado autoritario, de otra manera sería un caos que provocaría inestabilidad en el sudeste asiático, justificando así la dictadura del PCCh.

Desde el principio, los conocidos como ‘halcones’ del régimen chino, totalmente contrarios a ninguna desviación del objetivo de dominación global y enemigos de ninguna relajación del poder totalitario del PCCh, han utilizado la estrategia del engaño para parasitar a EE. UU. y occidente de la tecnología y riqueza que les permita alcanzar su ‘sueño chino’.

Sin embargo, analistas, diplomáticos, funcionarios e inversores han promovido la idea de que estos ‘halcones’ eran débiles y no podrían parar el cambio democrático hacia la libertad que necesariamente debía protagonizar China, una vez se ‘abriera’ a occidente.

Lo cierto es que nada, absolutamente nada de esto ha sucedido, más bien está ocurriendo lo contrario.

Los ‘halcones’ son muy fuertes, el PCCh no solo no ha relajado su control sobre su pueblo sino que ahora cuenta con herramientas tremendamente sofisticadas (Sistema de Crédito Social, redes de cámaras con reconocimiento facial, control absoluto de Internet, etc…) para reprimir a los ciudadanos de manera aún más eficaz.

Es más, lejos de democratizarse, el espectacular auge de la economía y el desarrollo tecnológico y digital chino han sido determinantes para alimentar una estrategia diplomática, económica, mediática y cultural de exportación de su dominio a occidente, donde el PCCh ya impone su censura y su agenda política y económica sin enfrentar casi resistencia.

Las élites políticas, académicas, financieras y empresariales de occidente han sido seducidas y reclutadas para, consciente o inconscientemente, ayudar al PCCh a extender su control por todo el mundo y en todos los ámbitos de la vida: social, cultural, económico, tecnológico, político e incluso militar.

El régimen totalitario de Beijing está teniendo un éxito absoluto en su plan de convertirse en la siguiente potencia hegemónica incontestable y en imponer su sistema totalitario en todo el mundo con la complicidad de las élites occidentales.

Si eso llegara a ocurrir, las democracias y los estados de derecho dejarán de existir tal como los conocemos y caerían rehenes del control del régimen que más personas ha matado en la historia de la humanidad. Un régimen que lleva oprimiendo y asesinando a su pueblo sin compasión desde hace 70 años.

“Los nuevos principios de la guerra ya no son ‘usar la fuerza armada para forzar al enemigo a someterse a tus deseos’ sino por el contrario ‘utilizar todos los medios necesarios, incluyendo la fuerza armada, medios letales y no letales, para inducir al enemigo a aceptar tus intereses como suyos”, explica Guerra sin Restricciones, un tratado militar chino publicado por el Ejército de Liberación de la República Popular China (PLA por sus siglas en inglés) en 1999.

Entre esos ‘medios’ que el PCCh utiliza en su ‘guerra encubierta’ contra occidente se encuentran la economía, la diplomacia global, la tecnología, la educación, las infraestructuras y la fuerza armada.

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