El crecimiento económico de China en las dos últimas décadas ha sido espectacular. Desde que en 2001 China fue admitida en la Organización Mundial del Comercio (OMC), la economía china ha crecido a un ritmo promedio de más del 10%, pasando de un producto interior bruto (PIB) de 70.000 millones de dólares en 2001 a más de 7 billones de dólares en 2011 y convirtiéndose en la segunda mayor economía mundial, solo por detrás de los Estados Unidos.
En el año 2014 la lista Fortune Global 500 incluía 95 corporaciones chinas, cinco de ellas entre las primeras 50 posiciones. En el año 2000 no tenía ninguna.
Pero el origen de este espectacular crecimiento no se encuentra en las ‘reformas aperturistas’ supuestamente llevadas a cabo por el régimen chino según claman algunos ‘expertos’, sino en prácticas parasitarias y discriminatorias que solo han beneficiado a los gigantescos monopolios estatales, en ocasiones ‘disfrazados’ de empresas privadas, con los que el régimen comunista de Beijing persigue sus objetivos de control absoluto de la economía mundial.
Durante décadas, el Partido Comunista Chino (PCCh) ha logrado convencer a occidente que China está en un sendero hacia una economía de libre mercado con creciente respeto a la propiedad privada.
Pero lo que ha ocurrido de manera sistemática, y sin encontrar prácticamente resistencia, es que las corporaciones chinas han desbancado a muchísimas empresas occidentales a las que ha robado propiedad intelectual y ha bloqueado de acceder en igualdad de condiciones al codiciado mercado chino.
Mientras tanto ha subvencionado descaradamente sus empresas y ha mantenido su moneda nacional artificialmente baja. Esto, unido a una mano de obra barata, y en muchos casos esclava, ha logrado mantener unos costes ridículamente bajos que les pemite vender a precios con los que ninguna empresa occidental puede competir.
Y todo esto ha ocurrido entre los aplausos de las más prestigiosas revistas y expertos que llevan años destacando el milagroso ‘capitalismo con características chinas’ del gigante asiático, asegurando que este conduciría inevitablemente hacia una democracia similar a las de occidente.
“La China comunista nunca ha aceptado la noción de ventaja comparativa, que sustenta el sistema de comercio mundial. Sí, los chinos mercantilistas creen que debemos comprar sus productos, pero ellos, los amos de las barreras no arancelarias y otras formas de depredación, han trabajado duro para mantener los productos extranjeros fuera de su mercado”, explica Gordon Chang , abogado y especialista chino-estadounidense en un artículo publicado en el Gaston Institute.
Los defensores del sistema chino claman que todo estado tiene derecho a perseguir su prosperidad económica y que si la astucia comercial china está funcionando es porque trabajan y son disciplinados.
Sin embargo, en esto hay varias consideraciones a tener en cuenta:
1.- Beijing no respeta las reglas del juego comercial y viola sistemáticamente todos los límites que la OMC impone a sus miembros, con lo que juega con manifiesta ventaja.
2.- Si las intenciones de la sociedad china fueran puramente de prosperidad, no hay nada que reprochar. Sin embargo, no hablamos de una sociedad en búsqueda de prosperidad, sino de un régimen autoritario que explota a su pueblo con el objetivo de extender su autoritarismo político a todo el mundo. La prosperidad no es un fin, es un medio para lograr el control total y la represión de todas las libertades a nivel mundial.
3.- Las prácticas mafiosas del PCCh han comprado a las élites de occidente que aplauden mientras su sistema parasitario arruina económicamente a los estados receptores.
Julián Pavón, doctor Ingeniero Industrial, licenciado en Económicas y en Ciencias Sociales ya en 2012 alertó en su libro China: ¿Dragón o Parásito? del carácter parasitario de la relación del PCCh con occidente.
Según Pavón, el PCCh lleva décadas invadiendo Europa, América, África y Asica con millones de chinos que crean empresas donde nacionales chinos venden productos chinos y cuyos beneficios son enviado casi íntegramente a China a través de bancos chinos. No solo destrozan el tejido comercial y productivo de los países receptores, sino que no generan ninguna riqueza, ni siquiera empleo.
El experto español explica también cómo la estrategia del PCCh de comprar deuda pública de Estados Unidos y otros estados durante los años que siguieron a la recesión económica de 2008, creó una dependencia que aseguró al régimen chino el silencio de las potencias occidentales a las graves violaciones de derechos humanos que cometía contra su propio pueblo. Como Hillary Clinton dijo en una ocasión: “No podemos criticar a nuestro banquero”.
En este sentido el general de brigada retirado de la Fuerza Aérea Robert Spalding asegura en su libro The Stealth War (La Guerra Sigilosa):
“Lo cierto es que China está haciendo trampas y los líderes empresariales y políticos de EE. UU., alimentados de avaricia, propaganda y miedo, no lo denuncian”.
Así, el poderío económico de la República Popular China, financiado desde occidente con tecnología e inversiones a costa de la destrucción de su propio empleo y riqueza se está convirtiendo en una de las herramientas más poderosas con las que el PCCh planea someter a todo el mundo. En otras palabras, occidente, o más bien sus élites, están financiando la destrucción de nuestro mundo.